En el DF de México se construyeron tres estructuras recubiertas de vegetación que contribuyen a disminuir la polución en una de las ciudades más contaminadas del mundo.
“Tenemos que cultivar nuestro jardín” es la frase célebre que escribe Voltaire al final de Cándido; pero de ninguna manera podía haberse imaginado que aparecería una arco rectangular enorme recubierto con 50.000 plantas sobre una avenida congestionada de tráfico, en una metrópolis que alguna vez se le llamó “Mexsicko City” (N.de T.: en inglés sick quiere decir enfermedad o enferma) por su nivel de polución. El jardín vertical pretende restregar la mugre y limpiar la imagen. El arco, una de las tres ecoesculturas instaladas en la ciudad por VerdMX, una organización sin fines de lucro, es a la vez arte y un oxigenante. Atrapa la mirada y absorbe el dióxido de carbono, lo que contribuye a elevar los niveles de ozono, especialmente en esta época del año en que el sol es más fuerte y las lluvias son escasas. “La gran prioridad de los jardines verticales es la transformación de la ciudad”, dijo Fernando Ortiz Monasterio, 30, el arquitecto que diseñó las esculturas. “Es una forma de intervenir el medio ambiente”. Muchas ciudades, como Portland en Oregon, tienen sus famosos jardines verticales. Pero en el mundo desarrollado donde las clases medias crecen junto al consumo, los deshechos y el uso excesivo de la energía, Ciudad de México representa el valiente nuevo mundo. El hazmerreír se ha convertido en líder a medida que el aire fue mejorando de su legendario nivel deficiente a mucho más que bien. Los niveles de ozono y otras mediciones de la contaminación lo sitúan más o menos al mismo nivel que el aire (más limpio) de Los Angeles. En parte son las políticas. A comienzos de la década del ochenta, el gobierno mexicano ordenó que se reformulara la nafta, se cerraran o trasladaran las fábricas tóxicas y se prohibiera a la mayoría de los conductores utilizar sus vehículos un día a la semana. Más recientemente, en el DF se agregó un programa popular de préstamo gratuito de bicicletas y se expandieron los sistemas de transporte público. El Distrito Federal se ha transformado en una incubadora para estos grupos que combinan las finanzas corporativas con las nuevas ideas. Algunos dicen que la iniciativa surge por la naturaleza tangible del problema: la contaminación se siente en las gargantas enfermas de todos. Pero independientemente, entre la juventud progresista y culta –los que abren nuevas boutiques para el diseño moderno mexicano y que se divierten en el festival de música Vive Latino– la conciencia cívica se amplía. Hay jóvenes arquitectos que buscan abrir caminos y reavivar viejos ríos. Hay mujeres jóvenes que les enseñan a las mujeres mayores a plantar tomates en la hierba entremedio de los edificios; artistas que transforman la basura oceánica en una maravillosa crítica al consumo; e incluso una campaña multimedia de amplia participación con visualizaciones del “México del futuro” –que incluye conceptos como “un panel solar en cada casa” y “el respeto por la flora y la fauna”. Las esculturas gigantes de VerdMX, que forman parte de un movimiento más amplio de jardines verticales y jardines de techos, encajan perfectamente aquí. No obstante, en el trayecto cotidiano de la ciudad, los jardines prueban lo mucho que queda por hacer. El más impresionante se encuentra en la Avenida Chapultepec, en una intersección caracterizada por la congestión de colectivos, automóviles y taxis. Una mañana reciente, en que posiblemente los conductores no dejaron de acelerar en el lugar, sin fijarse en las plantas, estas quedaron cual pétalos de una rosa marchita. Solo las afortunadas que miraban hacia una calle más tranquila, lejos del funcionar de los colectivos, mostraban un crecimiento normal. “Las plantas están estresadas con todo el tráfico”, dijo Gabriela Rodriguez, directora de VerdMX. Según ella, las eligieron por su resistencia y debieran sobrevivir como mínimo un año que es lo que está programado para que la escultura permanezca allí. El gran reto del proyecto es aparentemente cultural. Rodriguez dijo que les tomó años encontrar los recursos y conseguir los permisos del gobierno. Agregó que Nissan, la corporación auspiciante, necesitaba estar convencida de que obtendrían el crédito que se merecían, (la compañía presentó aquí su auto eléctrico Leaf el año pasado). Por otra parte, el gobierno necesitaba estar convencido de que el jardín funcionaría como monumento vivo. “México sigue siendo un lugar con una cultura muy conservadora”, dijo el arquitecto Ortiz. “Cuando le contaba del proyecto a la gente, siempre me decían que era imposible y que estaba loco”. En efecto, esto se refleja en algunos de los que están frente a la escultura todos los días como Rosendo Hernández, 58, un canillita del lugar: “Seguro, se ve muy bonito pero, ¿qué bien hace?” Otros dicen que es malgastar el dinero. Un hombre que pasaba dijo que los mexicanos aman el arte y que una U al revés llena de plantas no podía compararse con un mural de Diego Rivera. Tal vez no haya que hacer comparaciones. Hernandez dijo que a muchos residentes les gusta la escultura y le sacan fotos, mientras que Roberto Pineda, 17, que limpia los parabrisas de los autos en la luz roja, dijo que amaba ese alto jardín por dos motivos muy simples: “Es hermoso y es magnífico porque da sombra”.
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