Alcen la vista: probablemente, estén rodeados por montañas de ladrillos y ejércitos de hormigón y cemento. Por eso llama tanto la atención andar por el madrileño paseo del Prado y toparse con el inmenso muro vegetal que flanquea el Caixa Forum de Madrid, la cascada verde del edificio Planeta de Barcelona o los vergeles urbanos que ponen color y vida a monótonas y grises ciudades.
¿Por qué? ¿Por qué no aprovechar tanto muro con jardines verticales? Sus ventajas están demostradas: bajan la temperatura, generan oxígeno, filtran toneladas de gases nocivos, reducen la contaminación sonora... Y son espacios vivos, cambiantes y bellos, que nos acercan a una naturaleza añorada y lejana.
Es un trabajo multidisciplinar en el que se combinan la botánica, la biología y la arquitectura "En España nos hemos empeñado en hacer las cosas mal -explica Ignacio Solano, creador de Paisajismo Urbano, una exitosa empresa que está proyectando jardines verticales por medio mundo-. Queremos trabajar lo mínimo y ganar lo máximo, y eso se ha trasladado a la arquitectura. Es absurdo forrar un edificio de mármol, con el coste ecológico y económico que eso tiene, cuando podríamos cubrirlo con jardines".
Sería, además de más barato y bonito, más sencillo. Los jardines verticales, que nacieron hace más de 2.500 años en Babilonia, han sido perfeccionados durante las últimas décadas gracias al cultivo hidropónico. El proceso no es difícil: se adosa una estructura muy ligera a la pared, se rellena con un material inorgánico que sustente las raíces, se plantan los distintos tipos de especies y, a través de un riego automático, se alimentan con agua y nutrientes, que además son reutilizados al ser un sistema cerrado.
El proceso, entonces, no es difícil. Sí lo es hacerlo bien: apostar por las plantas correctas según la luz y la temperatura que tendrán que soportar. Estudiar la simbiosis entre raíces, hongos o bacterias. "No es solo una cuestión estética -explica Solano-, sino combinar muchas cosas. Leer qué sucede, qué puede suceder. Un trabajo multidisciplinar en el que se combinan la botánica, la biología y la arquitectura".
¿El coste? Inferior al que están sospechando. Lo más caro es el equipo técnico, la sala de máquinas que hace que todo funcione y que es el mismo para un jardín de 14 metros cuadrados que para uno de 140: unos cuantos miles de euros. Luego están los materiales, las plantas... Los costes se reducen cuanto mayor sea el jardín. Uno de 50 m2 puede salir por unos 22.000 euros; uno de 100 m2, por 35.000. Depende de dónde se haga. De quién lo haga. Como todo.
Lo curioso: el del CaixaForum (460 m2, 15.000 plantas, 250 especies) costó unos 250.000 euros. Menos de lo que cuesta cualquiera de las miles de rotondas que salpican nuestro país. Nadie va a visitar ni se detiene a contemplar una rotonda, pero sí un jardín vertical, que además de revalorizar una ciudad hace lo mismo con un edificio, un restaurante, una oficina. O cualquier otra cosa sin precio, porque hacer más verde el entorno también revaloriza la vida.
No hace falta disponer de decenas de metros cuadrados libres en casa para gozar de un jardín vertical: en los últimos tiempos, distintas empresas ofrecen incluso pequeños tiestos para colgar de esta forma. Flowerbox, que se autodenomina "inventor del cuadro vegetal", ofrece plantas de varios tamaños (de 15 centímetros a 2 metros de altura) a partir de 15 euros.
Patrick Blanc: Pionero y gran experto en jardines verticales
¿Cómo afronta cada proyecto?Todos son distintos: ayer estaba en Japón, querían un jardín en una estación de tren. Hoy, en París, me han consultado para hacer otro sobre unas piedras volcánicas. Hace años, casi todos mis clientes eran arquitectos que querían mejorar el diseño de sus obras. Ahora se buscan ideas más globales, de más tamaño.
¿Hay más demanda que antes?
Sí, incluso con la crisis. Tengo proyectos en Australia, Miami, Bali... Más de 15. Y no solo yo: hay mucha gente que me copia en el mundo. Para cosas simples prefieren llamarlos a ellos, pero para proyectos más conceptuales siguen llamándome a mí.
La gente es cada vez más consciente de que hemos de volver a la naturaleza ¿No es muy caro?
¡No! El precio depende, mucho, del lugar donde se trabaje. Por dibujar el proyecto y los materiales inorgánicos no suelo cobrar más de mil euros el metro cuadrado. Por las plantas y la irrigación, entre mil y dos mil euros. En total: unos tres o cuatro mil euros, pero en Australia puede costar hasta ocho mil el metro.
¿Cómo se le ocurrió esto?
Probé con jardines normales, luego experimenté con filtros biológicos, combiné nutrientes con plantas en un acuario y empecé a hacer jardines verticales en mi casa... Varios amigos me pidieron que también los hiciera en las suyas, y en 1986 mostré mi primer trabajo en público en París, en un museo tecnológico.
Y sorprendió a todo el mundo.
¡No le interesó a nadie! Y es una pena, porque era muy bueno. Pero en 1994 hice una exposición y le encantó a la gente: era lo mismo, pero fue recibido con más entusiasmo. Aunque me daba un poco igual: no veía esto como un negocio, y tuve ese tiempo para estudiar e investigar.
¿Por qué gustan sus jardines?
Porque, al encontrarte con uno de ellos, sientes que estás ante un ecosistema natural. En un jardín normal está demasiado presente la huella humana: en cambio, aquí la sensación es distinta, te evoca algo más salvaje.
¿Cómo serán las ciudades?
Más y más verdes. Aunque no sea fácil, los arquitectos piensan cada vez más en la ecología, porque no hay otra elección: más de la mitad de la población mundial, y somos 7.000 millones, vive ya en las ciudades. La gente valora cada vez más, gracias a Internet o la tele, la diversidad natural y es más sensible a la creencia de que tenemos que regresar de alguna manera a la naturaleza. Estoy convencido de que los jardines verticales no son una simple moda, sino que serán habituales en la ciudad del futuro.